miércoles, 20 de febrero de 2013

Cómo hacer que el alumno desarrolle su orientación desde la infancia

Cómo hacer que el alumno desarrolle su orientación desde la infancia

Cuando comenzamos a hablar de orientación, en el ámbito educativo, los distintos actores de ésta suelen enfocarse a la tarea específica que se desarrolla a partir de mitad de la Educación Secundaria. Es éste el momento en que se acercan las decisiones académicamente relevantes (optatividad de asignaturas, elección de estudios postobligatorios y opción por las diversas carreras universitarias).

Sin embargo la orientación comienza mucho antes. Todos sabemos de las dificultades que tienen los alumnos para definir sus preferencias. En 2011 una encuesta de Cículo Formación1 afirmaba que siete de cada diez alumnos de Bachillerato no sabía qué grado estudiar. En el mejor de los casos los estudiantes tienen claro qué tipo de empleo desean (funcionario, autónomo, cuenta ajena), pero no saben en qué campo invertir sus esfuerzos.

Sin duda esta situación es preocupante. Siendo conscientes de que es necesaria una orientación explícita en el momento de tomar las decisiones, no podemos olvidar que lo más importante es crear las condiciones personales para que los alumnos descubran cuáles son sus preferencias particulares, qué tareas les motivan más, qué campos del saber y de la acción están en su foco. De otra manera nos encontramos con que su elección no está en relación directa con sus intereses reales, sino sólo con las condiciones económicas. De esta forma las empresas se llenan de trabajadores sin interés por aumentar la eficacia y el valor añadido del trabajo que realizan, sino sólo por su salario a fin de mes.

Estas condiciones personales se crean principalmente durante los primeros años de la vida de una persona, y se fundamentan en tres aspectos. El primero de éstos es la exploración. Frecuentemente ya sean los padres o los docentes limitan la exploración de los niños y niñas hacia un campo del conocimiento o de la realidad. Por distintos intereses dirigen las actividades extraescolares, que el niño necesitaría decidir por sí mismo, hacia tareas que están fuera del interés del menor. Esto lo hacen habitualmente con la expectativa de un mayor desarrollo cognitivo en idiomas o en tecnología. Sin embargo, estos hechos le indican al niño que sus preferencias son erróneas, por lo cual se le provoca que esté desorientado respecto de sus propias actividades. Este es el primer paso para provocar que un niño, llegado a su juventud, no sepa decantarse. Su sistema natural de orientación, a través de todo aquello que le atrae o no le atrae, se ve desestructurado. No es raro constatar que los padres "apuntan a sus hijos" a actividades extraescolares, en lugar de que sean los propios hijos los que tomen esa opción.

De este aspecto podemos deducir como deseable, que los docentes orienten a los padres para que éstos respeten los intereses del niño, y los potencien, en vez de conducirlos o manipularlos, de forma que el niño comienza a no hacer lo que realmente quiere. 

El segundo aspecto es la flexibilidad. A veces los propios niños, llegado el momento desean abandonar una actividad y son presionados por los padres para que sigan, contra su voluntad. En mi experiencia docente y terapéutica esto es muy frecuente. Sin embargo, cuando una persona se ha dado cuenta de que algo ya no le interesa más, necesita la oportunidad de explorar nuevos aspectos de su formación. Por poner un ejemplo, presionar a un niño para que termine sus estudios musicales, es como obligar a un europeo a terminarse un plato de comida tailandesa picante, una vez que ha probado la primera cucharada. Efectivamente se acabará acostumbrando al picor, pero nunca optará por esa actividad cuando le permitan decidir.

La consecuencia del segundo aspecto es que para que un niño descubra qué es lo que realmente le interesa, necesita que los adultos que están en su entorno le apoyen para cambiar de actividad si ha descubierto que eso no es lo suyo. De esa forma durante su infancia y adolescencia irá descartando aquellas actividades que no le interesan, y descubriendo las que sí.

El último de los aspectos es el desarrollo de la responsabilidad. Con esto me refiero a que la persona, para tomar una opción, necesita ser consciente de las consecuencias que tienen las opciones. Una cosa es no presionar a los niños y niñas para una determinada actividad, y otra cosa es que tomen decisiones, y cuando no les gustan las consecuencias de sus decisiones, los adultos les eximan y supriman dichas consecuencias. Esto se ha denominado, muy erróneamente desde mi punto de vista, el castigo educativo. Pondré un ejemplo: un niño le dice a su profesor que, para el trabajo de lengua, va a hacer un trabajo sobre fábulas; pero luego, pasadas dos semanas dice que prefiere hacerlo sobre chistes; y después dice que prefiere adivinanzas. Si el profesor le permite estos cambios, por muy bien que esté el trabajo ejecutado, el alumno no aprende a ser consecuente entre sus decisiones y sus acciones. Es necesario que el docente exponga al alumno a las consecuencias naturales de sus decisiones. Si se compromete a realizar un determinado trabajo, necesitará cumplirlo. En ningún caso se considerará esto un castigo, sino el efecto propio que le corresponde a la decisión.

Lo más importante que necesitamos las personas aprender para orientarnos en la vida es experimentar la ley de causa-efecto. Un adolescente que no comprende esto, optará por asignaturas que no le llevan a su objetivo, sino quizá sólo para evitar a un determinado profesor. Un joven que no comprende esto, optará por una modalidad de estudio que no le gusta, con tal de no cambiar de compañeros de clase. Un preuniversitario, optará por una carrera cuya dificultad desconoce, y probablemente cambiará de estudios al año siguiente. Por este mismo motivo los niños educados a través de premios y castigos no entienden los efectos propios que tienen sus decisiones, pues todas las consecuencias son impropias. Si el alumno se levanta a la papelera y le castigan copiando cincuenta veces una frase... ¿qué relación propia hay entre su acción y la consecuencia? Es una consecuencia impropia, y forman al alumno para que realice acciones incoherentes con sus objetivos: le desorientan.

Todos estos aspectos tienen incidencia tanto en el ámbito familiar como en el docente. La organización de actividades, la obligatoriedad u optatividad definirán la competencia del alumno para auto-orientarse hacia aquello que ha descubierto por experiencia como preferido. Cuando les damos a los alumnos la oportunidad de realizar un trabajo de libre elección muchos de ellos no saben qué hacer. Obviamente esto es fruto de un tipo de escuela muy directiva. Potenciar una escuela donde los alumnos hagan las tareas por propia iniciativa (motivación intrínseca) y elijan las características e incluso los temas de las actividades que realizan creará una generación de alumnos que saben lo que quieren.

Todo lo que hagamos desde el nacimiento para promover un individuo capaz de decidir y asumir las consecuencias apoyará esa orientación, pues no podemos olvidar que, al fin y al cabo, por muchas acciones específicas de orientación que hagamos los profesionales, las decisiones las toma cada persona.

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